El último superviviente de la calle Párraga

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El local de la Fábrica de Dulces y Caramelos, tras 90 años desde su apertura, es el único comercio que resiste al paso del tiempo en una calle antaño parte de la arteria comercial del centro de Granada.

Hay calles en una ciudad que suelen pasar desapercibidas. Calles vacías, de paso, con una permanente sensación de estar inhabitadas. La calle Párraga es una de ellas. Ubicada entre las céntricas Alhóndigas y Puentezuelas, repletas de zapaterías, tiendas de sábanas y moda, en una de las bocacalles, ésta parece ser un desierto.

Al comienzo, una tienda de accesorios para mascotas. Si proseguimos unos metros sólo locales vacíos. Puertas cerradas a cal y canto y persianas bajadas. Cuando miramos hacia arriba se puede intuir un cartel vertical que en algún momento anunciaba ‘Apartamentos’, pero que ahora apenas reza algo parecido a ‘atmentos’, subrayado por un ‘Ema’, que presumiblemente es el nombre de la casera. A mitad de la calle, aparece, casi en singular, la Fábrica de Dulces y Caramelos.

El local muestra un aire que en el vocabulario ‘millenial’ no se dudaría en llamar ‘vintage’. Unas muñecas recortables, típicas de la infancia de las niñas del posfranquismo, acompañan a latas de conserva y algunos vinos en el escaparate. Al otro lado, los caramelos en botes comparten vitrina con varitas de chocolate de Harry Potter, bombones y cientos de Chupa Chups. Una vez dentro, el escenario no cambia mucho. Allí se mezclan, entre tantas otras cosas, los míticos caramelos PEZ con tarros de arándanos suizos y cajas de polvorones arrumbados detrás del estante, fruto de las últimas navidades. El tendero del sitio, Carlos Ríos, comenta que “eso ya está perdido”.

Su familia regenta el local desde hace 90 años. Entonces su apellido formaba parte de ‘Las Tres Erres’, el nombre con el que su abuelo, Rafael Ríos Ruiz, bautizó en 1925 a la fábrica de pan que instaló en el barrio del Albaicín. El mismo año en que se abrió la tienda, en 1930, la empresa ya había cambiado su rumbo y su ubicación, pasando al barrio del Realejo y diversificando el producto hacia los dulces de Navidad. Pasada la Guerra Civil, donde llegaron incluso a militarizar la fábrica, la empresa desechó la idea de seguir elaborando pan, dedicándose exclusivamente a seguir diversificando, añadiendo caramelos y grageas.

En el 67, cuando su padre heredó la fábrica, el dulce de navidad, que los había convertido un curso tras otro una de las industrias más productivas del país, se convirtió en la prioridad. En su lista de hallazgos quedarán la invención de las delicias de coco, las habaneras o las granadinillas.

Al tiempo, cuenta Carlos que el local de la calle Párraga  se mantuvo durante casi 70 años gracias a la convivencia y a la cercanía con el barrio. “Esto siempre fue en realidad una tienda de adultos, claro que había niños que se llevaban sus caramelos, pero lo que daba vida a esto eran los vecinos y saber que querían. Lo que te piden, aparte de los dulces en la temporada, lo vas trayendo, igual que ahora, aunque sea evidentemente mucho menos”.

Su tía, regente en ese momento, tenía como reclamo añadido los ‘manises’. Frutos secos que se guardaban en el almacén y que se vendían como si de churros se tratara. “Hay que tener en cuenta que entonces la gente venía de los pueblos. Cogían coches entre varias personas y venían al centro de la ciudad. La placeta del Cristo, por ejemplo, estaba siempre hasta arriba, mucho más que ahora”, explica el tendero. “Esta calle por ejemplo, estaba llena de comercios, que han ido poco a poco cerrando. Sólo quedamos el de la tienda de especias, que está algo más apartado de esta calle y ahora vende caramelos, y yo”. A su lado, además de una peluquería, si avanzamos hasta el final de la calle Párraga, casi a las puertas de Recogidas, sólo hay de camino un hotel, un centro de ‘gaming’ de última generación y un bar de cervezas artesanas gourmet con luces amarillas.

La gentrificación y la “excusa de las grandes superficies”

Con la fábrica ya cerrada tras la crisis económica de 2008, el local aún resiste ante el vacío que ha ido dejando en los comercios del centro histórico el nuevo modelo de ciudad. “Es evidente que la apertura de los grandes centros comerciales nos ha hecho daño y, a pesar de todo, a muchos otros más que a mí.  No sé desde hace cuánto tiempo dicen que hemos salido de la crisis y yo he salido hace un año”.

En concreto, el cambio de vecinos, a los que hoy día ya no conoce, suponen además una dificultad añadida. “Antes la gente cuando venía echaba su rato y se conocían. Los que quedan siguen viniendo, pero lo demás es una cosa esporádica. Cuando se tiene poco para gastar además, lo primero que se desecha es el caramelo. La gente ahora entra puntualmente”.

La turistificación y la gentrificación de Granada, un hecho denunciado por decenas de asociaciones vecinales, ecologistas y partidos, supone un evidente conflicto además del derivado de las grandes superficies. “Lo peor es que la gente que se ha ido a los centros comerciales ni siquiera les sale rentable por el alto precio del alquiler, perdemos todos. Además, hay cosas con las que yo ya no puedo competir. Por ejemplo, los bombones hace 20 años se mantenían, pero con el calor, que cada vez es mayor, es imposible que no se derritan. A pesar de todo, la gente sigue viniendo al centro y acabará volviendo” apunta Carlos optimista.

Más allá del cambio cultural que supone que los nuevos locales del centro hayan sustituido las tapas por hamburguesas con toppings y el café con leche por cereales de colores, desde el Ayuntamiento se está haciendo, de hecho, según se comunicó este martes, un análisis de la situación del comercio local. Se ha planteado crear un Consejo de Comercio para “escucharlos a ellos y a los hosteleros, así como a los representantes del turismo con el fin de potenciar realmente los motores de nuestra economía”. Unas palabras que parecen ir en disonancia con la problemática planteada por locales como el de la Fábrica de Dulces, al menos en lo esencial del discurso, tras apostillarse desde el consistorio que se quiere “enterrar la confrontación con las grandes superficies como excusa” para empezar a trabajar en ello.

A expensas de las soluciones que se le pueden ofrecer a un lugar como la calle Párraga, la Fábrica seguirá abierta a pesar del verano con la mirada puesta, por supuesto, en la Navidad. Mientras tanto, al fin y al cabo, como comenta el propio Carlos “los cumpleaños se celebran todos los días y seguirán haciendo falta chuches”. Un argumento, que tras 90 años de tradición familiar, es tan irrebatible como que a nadie, aún a día de hoy, le amarga un dulce.

Fuente: GD

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